
La Vuelta se suma al Año Jubilar Lebaniego
Playas, dunas, cabos y, por supuesto, montaña forman parte de lo que la etapa cántabra plantea a los ciclistas, una jornada con subidas encadenadas a Collada Carmona, Ozalba y Hoz. El final, en el Alto de Santo Toribio de Liébana, se espera espectacular, en un año lebaniego, de jubileo, en el que los peregrinos acuden en masa a este monasterio franciscano donde se conserva el trozo más grande de cruz de Cristo.
Como ha habido montaña -y lo que queda, con el Angliru (etapa 20) por escalar- os proponemos una ruta en bicicleta más tranquila, por la senda ciclable de Suances, un municipio que emerge como confluencia de los ríos Besaya y Saja.
El recorrido arranca en Suances hasta Barros (o a la inversa), 20 kilómetros con una compañera excepcional: la Ría de San Martín de la Arena. Esta ruta es una alternativa ideal para desplazarse de forma natural y saludable a las playas de Suances.
Parte del parque de La Ribera y cuenta además con la curiosa playa de La Riberuca al lado, donde, si el tiempo así lo permite, es buena idea darse un chapuzón. El recorrido, al contrario que en la etapa, es prácticamente llano y es que ya estamos cansados y nuestro objetivo es disfrutar, por eso optamos por este paseo que está prácticamente a nivel del mar.
Además del Parque de La Ribera, durante el camino se pueden contemplar variados ambientes: el estuario de Suances, los humedales de la Ría de San Martín de la Arena y su variada fauna, el muelle y cargadero de Hinojedo o la fábrica de Solvay.
Contrastes en un recorrido que evidencia también la transformación de lugares como la Mies de Dualez-Ganzo en espacio industrial. Cartres, Riocorvo y la confluencia de los ríos Saja y Besaya suponen la parte final de la senda que concluye en Barros.
Pasarelas, rías y área de descanso en una vía que se integra en el Arco Verde del Besaya y que es además excusa para recorrerla entera o, al menos, acercarse a otros municipios como Santillana del Mar.
La etapa, por su parte, transcurre por municipios que no podemos dejar pasar. Es el caso de Comillas, una de las localidades más hermosas y conocidas de la comunidad. Negótico, neoárabe o neomudéjar se mezclan en la villa que emigrantes llegados de América transformaron en el siglo XIX junto con el modernismo catalán. El puerto pesquero y la actividad agrícola y ganadera daban vida una localidad que fue refugio en verano del mismísimo rey Alfonso XII.
La costa cántabra, no obstante, ofrece otros enclaves maravillosos. Y a la vista está San Vicente de la Barquera, el municipio costero por excelencia y una de las más conocidas y bellas estampas de la cornisa cantábrica.
El casco histórico de la localidad, cuyo nombre actual se debe al conocido mártir aragonés, es un espacio lleno de encanto con su iglesia, castillo y restos de muralla, que se pueden contemplar desde los puentes que tienen de fondo los Picos de Europa.
Dejando la costa, la etapa se adentra y pasa por municipios tan singulares como Cabezón de la Sal, que se debe –no hay unanimidad sobre el origen del término— a la deriva de la palabra ‘kapezone’ que se remonta a la época romana y significa medida para la compraventa de la sal o al término ‘cabezo’ (cerro o montaña) por la orografía que rodea a la villa. El segundo término se debe, obviamente, a los yacimientos de sal, explotados durante siglos.
La playa, las dunas, las montañas dejan paso aquí a otra formación geomorfológica de interés, como son los Hundimientos de Cabezón de la Sal, donde se pueden ver algunas casas ya inclinándose.
Una sucesión de sierras, que incluyen la famosa Cueva de El Soplao y las minas de La Florida, dejan paso a la bajada final para adentrarse en Potes y culminar en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, que celebra este 2017 año jubilar.
Desde ese lugar se puede observar la actividad glaciar de los Picos de Euroa, el valle de Liébana y el estuario. Una etapa de media montaña con final espectacular en uno de los lugares santos del cristianismo.

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